miércoles, 10 de abril de 2013

Ni olvido ni me perdono

     Hace un tiempo que vengo pensando en por qué me paso el día en guerra contra amistades o conocidxs (especialmente amistades). Bueno, resulta que estamos en época de apareamiento de las especies (no confundir con emparejamiento) y la humana resulta bastante complicada. La gente empieza con alguien, vuelve con alguien, se agarra a alguien para superar haber perdido a otro alguien... Y para bien y mal me entero, me lo cuentan, o hasta se me pide consejo como si yo supiera algo... Por cierto, no hace ni falta que diga que se me pide consejo sólo para repetir los mismos errores de siempre y pasar completamente de lo que yo diga. Hacen bien en tomar sus propias decisiones pero ¿para qué marearme?



      Me siento muy orgullosa de llevar más de un año rehabilitándome de mi dependencia patológica, adicción a parejas tóxicas y a relaciones destructivas mientras que a la vez me he zambullido de pleno en las amarguras del duelo. Me siento muy sola por la poca comprensión que tiene mi camino, especialmente por lo complicado que es este proceso por sí sólo y con los condicionantes de la edad que tengo y el mundo que me rodea. Podría añadir muchas cosas más pero intentaré no irme por las ramas como suelo hacer...



          Alguien que sabe mucho más que yo de todo me dijo algo que yo sospechaba pero que mi orgullo, aunque lo sabía, no lo quería escuchar “cuando señalas con un dedo acusador de tu mano a alguien calificándolo de ser un/una (lo que sea) hay tres dedos de tu propia mano acusadora que te acusan y señalan a ti directamente”.



No tengo ninguna cruzada contra nadie más que contra mí porque no me perdono, pero eso es muy difícil de asumir por cierto que sea, ya que enfadarme conmigo es muy complicado, o por lo menos, más difícil que señalar a lxs demás.



Durante este camino, nada fácil por cierto, se experimentan muchas emociones. En más de una ocasión he temido que me devoraran. Nunca sabes que va a pasarte en el camino, aunque ahora siento que cada vez tengo más control sobre ellas. Recuerdo que a veces me sentía mejor, pero después la misma tarde: la ansiedad, las manos temblorosas, el estómago, la enorme intereferencia de “sólo has tenido mala suerte, con otro te irá bien, te lo dice todo el mundo, tú sola no puedes con todo”, mi parte deseosa de recuperarse gritando “¡NOOOO!, otra vez no, es mejor seguir así”. Cuánto mejor estoy más se repite una de esas emociones, suena con más fuerza. Vergüenza. Cuánta más conciencia adquiero de todo lo que me he dejado hacer, de todo el daño que he consentido que se me infligiera por mi adicción más vergüenza siento.



-Seguro que no es para tanto...-Suelen decirme.

-Tuve el síndrome del elfo doméstico, fui como Dobby.-Suelo decir.



Cuenta la leyenda, que hace muchos, muchos años, me dejé gritar, luego me dejé anular. Me dejé humillar. Hay parejas que se llaman “amor, cari, vida cielo” a él le iban más dos apelativos que por supuesto yo consentí para dirigirse a mí; “no sabes ni...”, “no sirves ni para...” así se dirigía él a mí. Ya que estaba me dejé insultar; yo, que ya ni me maquillaba para que nadie me mirara, por supuesto era una “puta”, una “guarra” y una “zorra”-según él decía no pocas veces.

Me dejé convencer de que yo era tonta, consentí ver pasar las mañanas en el bar del instituto sin ir a un exámen porque yo ya era tonta e iba a suspender pero había estado explicando la materia a dos amigas toda la mañana. Me dejé convencer de que nunca lograría nada, dejé que me dijera cosas como “tus notas son porque les haces favores a los profesores, no sé como alguien tan imbécil puede sacar tus notas”.

Luego, para darle más color a mi vida dejé de reírme en público porque a él le daba vergüenza mi risa, no fue un problema, cada vez tenía menos ganas... Dejé de salir si no era con él, no era un problema, tampoco me apetecía ya ir a ninguna parte. Entonces fue un gran momento para consentir la primera infidelidad. Pero perdoné ¿qué iba a hacer sin él? ¿estar sola? Enseguida me dejé encerrar casi una hora dentro del baño de su casa, él me estaba castigando por ser tan “retrasada” como para no saber salir por mí misma y decidió darme esa bonita lección. Realmente él había cerrado por fuera, supongo que cuando se cansó de oírme llorar y gritar, decidió que yo ya podía salir.

-Lo siento, pero es que tienes que aprender... Te estoy haciendo un favor ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí para abrirte la puerta?

-Quiero irme a mi casa...

-¿Qué habrías hecho?

-No lo sé... Quiero irme a mi casa.

-¿¡NO LO SABES?! Te hubieras quedado llorando y gritando todo el puto día en el baño como la puta retrasada que eres y nadie te hubiera oído. Si yo no hubiera estado aquí para “salvarte” te habrías quedado... ¿Qué? ¿llorando? Eres una puta niñata, no sabes ni abrir una puerta que has abierto mil veces.

-Has cerrado por fuera... Lo he oído.

-Eso no es una excusa, ven, abre la puerta.

-No quiero, quiero irme a casa.

-¡Abre la puta puerta! ¿Ves cómo no era tan difícil? ¿Crees que podrás recordar cómo se hace o vas a seguir siendo igual de subnormal?

-Me voy.

-No te vayas... Por favor.

-Me voy.

-Julieta no te vayas anda, ya está hablado mujer, ya lo hemos arreglado. Todo esto lo hago por tu propio bien... Es que veo que no sabes hacer nada y no me atrevo a dejarte sola en casa. Yo no soy así, eres tú que me obligas siendo tan infantil, con tu actitud sacas lo peor de mí, pero también lo mejor. Tienes que intentar ser más madura. ¿Tú ves que yo haga las tonterías que tú haces? No, porque estoy espabilado y tú tienes que espabilar. Tú sabes que yo no soy así, es que estoy muy agobiado, no tengo dinero, no soporto a mi padre, no tengo madre, intenta no darme la brasa... Intenta hacérmelo todo más fácil y nos irá bien, tú sabes que yo te quiero mucho.

Por supuesto le perdoné.



Diré que lo hice porque estaba muy enamorada para hacer uso del idioma actual. En el mío diría otra palabra bastante más estigmatizada.



     En un parpadeo llegaron las navidades, consentí la peor infidelidad que he soportado; con mi mejor amiga. Consentí seguir llamándole para volver, para hablar, para ser amigos... Consentí que él me culpabilizara por haberme sido infiel, consentí escucharle decir “es que tú me la has metido en la cabeza, no debiste presentármela, ni hablarme tanto de ella. Me gustan demasiado las tías, pero todo esto se ha terminado, quiero que estemos bien, de verdad, te quiero muchísimo”. Pero todo esto era poco para el gran amor que yo sentía así que perdoné y volví, consentí escuchar sus excusas y mentiras y volví a por más amor del que él me daba.

En este amor tan fantástico, un día, -creo que soleado, (perdón es más fácil escribirlo así mientras lloro tranquilamente)-, él lanzó un puñetazo hacia mi cara, con suerte tuve reflejos, sigo queriendo ser buena y pensar que iba hacia la puerta el puñetazo y no hacia mí, le sangraron los nudillos. Fue culpa mía porque no sabía abrir la puerta, él abría esa puerta siempre de forma que yo me asustara y yo lo consentía. Consentí curarle los nudillos, me sentía culpable, yo ya era una inútil, si al menos servía para curarle me sentía menos mal conmigo misma y tal vez no volvería a serme infiel.

Al poco iba yo de inútil por la vida y él estaba aburrido, decidió calentar un mechero manteniéndolo encendido mientras yo dormía y quemarme de broma en el brazo, (la broma es una cicatriz en forma de clipper que aun tengo de recuerdo). Yo le perdoné porque era una broma, las bromas no hay ni que perdonarlas. Lloré mucho por mi quemadura, se me levantó la piel al momento, me desperté por la quemadura y chillando, pero le quería tanto...

Luego hubo un diluvio de infidelidades porque los sapos y las langostas ya fueron en Egipto, no pude llevar la cuenta, intentándolo perdí; peso, salud, se me cayó el pelo, casi me hacen socia de Marlboro, perdí ¿dignidad? -bueno, ya no me quedaba- y lo último que hizo por mí fue muy espectacular.

Yo ya le tenía miedo cuando se enfadaba, consentí dejarme asustar gradualmente. Cuando estaba asustada no hacía las cosas bien. Mi error a sus ojos fue colocar mal dentro del sillín, el casco semi-integral que yo llevaba cuando íbamos en moto. Lo coloqué mal porque consentí llegar temblando de miedo al sitio donde íbamos, él estaba enfadado conmigo, muy enfadado. Cerró el sillín, rebotó por mi error, mi casco mal colocado. Acto seguido algo iba a gran velocidad hacia mi cara y se estrelló contra el suelo, sonó a roto y golpe fuerte. Lo comprendí, muy bien, quería hacerme daño, quiso tirármelo a la cara, me habría hecho mucho daño consentí preguntarme a mí misma si me lo merecía por ser tan inútil. Consentí, no saber si alegrarme porque el casco no me había golpeado la cara, consentí no saber si lo merecía, él estaba tan enfadado y yo tan confundida y tan enamorada... Consentí quedarme quieta, no tenía fuerzas ni para llorar, toda la terraza del bar nos observaba en silencio. Consentí que dos familias y una pareja observaran como se me humillaba en la calle. Consentí llorar sin tener ni fuerza, sólo se me caían las lágrimas, lloré tanto en esa época que a veces quería y ni podía.

-¡Además de una puta zorra es que eres una puta inútil!, no sé porque te llevo a ninguna parte y no te pongas a llorar ¿eh? Me cago en tu puta vida, he roto el casco por tu culpa, no te soporto, no quiero verte en un rato, desaparece. ¿Cómo eres tan gilipollas? ¿Lo haces aposta?

Consentí, no moverme, consentí calmar a la Bestia, al fin y al cabo, era mi cuento preferido. La Bestia acabaría siendo un príncipe si yo le seguía queriendo, yo debía hacerlo mejor.

-Aquí no, por favor, nos está mirando todo el mundo, no quiero que te digan nada, vámonos a casa y lo hablamos...

-¡Me importa una mierda tú y la gente!, pero sobretodo tú. ¡Que se entere todo el mundo de que eres una puta zorra inútil! ¡Que se entere todo el mundo de que eres tan gilipollas que no sabes ni colocar un casco! No vales ni para eso, no sé como puedes vivir siendo tan puta y tan subnormal.





    Debo perdonarme porque intuyo que sino nunca tendré paz. Precisamente porque lo he consentido todo no consiento cuando alguien que me importa viene a contarme una vez tras otra cómo pierde su dignidad en nombre de un gran amor o de no saber estar sola. Básicamente porque no deseo que un día tengan que darse cuenta del daño que han consentido que se les hiciera. Precisamente porque he sido muy patética y ridícula soportando lo que fuera por no estar sola, reacciono muy mal ante comportamientos parecidos. Me saltan las alarmas, me siento alerta, veo la amenzaza y la pared contra la que van porque yo he ido.



    No deseo para nadie la vergüenza, ni el ridículo que estoy experimentando a medida que me siento mejor. Es un lastre de años, no es una manchita o dos. No es nada fácil limpiar -con perdón- tanta mierda acumulada durante años.


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