sábado, 20 de abril de 2013

Las mujeres que aman demasiado

     Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años pasé por un trance muy difícil a causa de lo explicado en el post: Ni olvido ni me perdono



No puedo decir que tuviera una depresión porque no me traté psicológicamente y, por tanto, no fui diagnosticada. Pero nunca me he sentido tan desconectada de mí misma, tan perdida... Ni siquiera con la muerte de mi padre. Yo creo que si no lo fue, se le acercaba mucho.



          Las consecuencias de mi gran “leyenda de pasión” fueron devastadoras física y emocionalmente. Ya durante mi relación-tormento padecía episodios de ansiedad, pero yo era muy joven y no le di ninguna clase de importancia “mi novio bien, yo bien, él me necesita yo no puedo estar mal”. Fui al médico y me dió pastillas para los nervios. Además, él me absorbía tanto -y yo me dejaba tan gustosa- que no me prestaba ninguna atención a mí misma, lo nuestro me engulló de tal forma -y yo lo consentí- que yo no me miré a mí misma en ningún sentido hasta transcurrido un año de nuestra ruptura.





       Cuando acabó esa historia y hallándome en las circunstancias más miserables y lamentables que nunca me haya encontrado física y emocionalmente, una profesora del instituto preocupada por mí y mi salud, me habló del libro “las mujeres que aman demasiado”, pero yo tenía un novio con muchos problemas al que cuidar, atender y proteger así que pasé del libro, si él dejaba las drogas, el alcohol, el juego y decidía hacer una terapia por la pérdida de su madre y por sus propios intentos de suicidio y por toda su ira y tristeza acumuladas todo iría bien, ni libros ni chorradas.-Pensaba yo-. Yo le ayudaré y todo irá bien. ¡Libritos a mí...!-Pensaba yo.



      Resultado de mi gran amor: no tenía ganas de vivir, no tenía ganas de nada, me despertaba y lloraba porque deseaba estar muerta porque él ya no quería estar conmigo y estaba con setecientas, iba de clase a casa a llorar sin fuerzas para ello debido a los potentes ansiolíticos que tomaba, estuve un año tomando ansiolíticos por prescripción médica, en aislamiento voluntario absoluto porque me daba vergüenza que la gente me viera, no salía de casa porque mis 23 kilos de más y yo no éramos dignos de salir a la calle, sentía asco de mí y de mi cuerpo. Ese año, sólo salí dos veces (si no era para ir a clase) más allá de dos manzanas de mi casa y le vi a él con su novia; felices de la mano mirando un escaparate, tuve un ataque de agorafobia o de ansiedad en plena calle, tuve que taparme la cara con un foulard, sentía que todo el mundo me miraba, no podía respirar ni dejar de llorar. Llamé a una amiga, pero no era capaz de vocalizar con claridad, llegué caminando como pude a su casa. Me tomé mis pastillas. Ella me dijo: "es normal lo que te pasa, se te pasará con el tiempo..." 

La otra única vez que salí más allá de los límites de seguridad de las dos manzanas de mi casa y obligada, fui al cine, ellos estaban allí iban al cine también, él le llevaba las palomitas, a mí nunca me llevó al cine porque no tenía dinero, se lo gastaba en drogas, yo me desmayé, mi mejor amiga me pegó un tortazo para hacerme reaccionar y me sacó del edificio... Tuve otro ataque y por eso evitaba salir a toda costa. Aprendí que no debía salir porque les vería juntos.-Como Juana sin Felipe.

    Si alguna compañera de la universidad -(fue mi primer año)- me saludaba estableciendo contacto físico poniéndome una mano en el brazo o con un “hola guapa” tenía ganas de llorar, creía que se burlaba de mí porque yo era un monstruo, yo no me sentía bien física ni emocionalmente, mi cuerpo no era mío y estaba destrozada anímicamente. “Si mi mejor amiga se ha acostado con mi novio en navidades, las desconocidas ¿qué me harán? No debo tener amigas”. Me quedé sin el grupo de amigos de entonces porque me abandonaron y porque él me puso los cuernos (entre muchas) con mi mejor amiga, (esas cosas que parecen tan importantes cuando eres joven). Ese mismo año se me cayó también el pelo a raudales, supongo que por estrés, ya que con 23 kilos de más, no se puede decir que fuera por desnutrición. -Prefiero contarlo con mi personal toque de humor, quiénes me conocen ya saben que es mi defensa cuando algo me duele demasiado-. Pero aun así, yo sólo contemplaba como solución volver con él y seguía preocupándome por cómo estaría él, ahora que yo no me ocupaba de su vida. -Pero me seguía preocupando.



Nunca mi cuerpo ni yo hemos vuelto a ser los mismos, pero yo no creía tener ningún problema. La gente rompe y la gente sufre por amor. Todo lo que sufría era normal.-Pensaba yo.



Desde aquello, a menudo me preguntaba con el paso de los años y sin respuesta:

¿Por qué todos me ponen los cuernos? ¿por qué todos se van con otra y me sustituyen en seguida? ¿por qué todo empieza tan rápido y magnífico y de repente empiezan a pasar de mí de la noche a la mañana?, ¿es casualidad que todas mis parejas sean huérfanos de padre o madre?, ¿por qué si todos ellos son tan diferentes física e intelectualmente acaban siempre igual mis historias?, ¿por qué me sustituyen en seguida por otra y nunca más vuelvo a saber de su existencia como si yo no hubiera sido nadie ni nada importante en sus vidas?, ¿por qué si yo no soy así, todos han sido adictos a algo: drogas, alcohol, juego o todo a la vez?



¿Por qué proviniendo yo de una familia normal y estructurada, de un barrio normal, he consentido situaciones de claro maltrato psicológico con plena sensación de normalidad de lo que yo vivía?



¿Por qué yo sólo tenía sensación de ser feliz cuando tenía pareja o estaba con alguien? y ¿por qué no me gustaba en absoluto, o era peor para mí y mi “bienestar” personal, estar sola?



      Muchos años después, un 28 de enero, a la cuarta vez que me rompí todos los huesos emocionalmente contra el suelo por amar demasiado, llorando, ahogándome, un poco ebria, con el rímmel esparcido por la cara pareciendo así Miko el mapache amigo de Pocahontas... -(Pues César, el último por el que amé demasiado, estaba con otra. Era la historia de mi vida, otra vez: cuernos o sustitución rápida). Aunque yo hasta una semana después de haber terminado “lo que tuvimos” (por llamarlo algo), no supe que otra ya ocupaba mi sitio. Pero pronto lo vi, día 25, a la semana de haber terminado “lo nuestro” me la presentó como una amiga de toda la vida, -pero yo en dos años no supe de su existencia ni de su nombre-. Post presentación incómoda y humillante para ambas dos chicas; yo, como la desechada y ella la pujante, y siendo master class yo, en ser sustituida; vi como se comportaba él con ella en mi cara y las evidentes intenciones de ella. Como decía Zazú en el Rey León ellos eran “semillas de romance floreciendo en la Sabana” y yo me sentí como la perfecta idiota a la que le han vendido un concesionario de motos robadas y en mal estado.


Resultado: retirada “honrosa” mientras dos amigas me sostenían -literalmente- yo no podía respirar, tenerme en pie, ni dejar de llorar, era demasiado insólito para ser verdad, otra vez no. Yo repetía mis mantras típicos de cada vez que yo era abandonada o sustituida, los adaptaba a las nuevas circunstancias de tiempo y de lugar, esta vez el mantra era devastador; de los creadores de Juana la Loca, Julieta la loca



“¡Soy una desgraciada!, ¡mi padre ha muerto, César me engaña!, me dice que echa de menos a su ex y YA se pasea con otra. Esto era la única ilusión que yo tenía en mi vida, nada me sale bien. Nunca podré estar con nadie, nadie me va a querer nunca, no sé ni por qué lo intento. Yo ya no quería intentarlo con él ni siquiera porque lo he pasado fatal y otra vez igual. Él sabe lo mal que estoy y me ha presentado a la otra ¿por qué?, ¿por qué siempre lo he de pasar mal yo con lo bien que me porto con ellos? Echa de menos a su ex y me cambia a la semana por otra, no me lo creo. Todo era mentira, se lo dije; “piénsalo bien si quieres algo conmigo, que yo no quiero tonterías, quiero algo serio”. Y me ha mentido todo este tiempo, ¿qué voy a hacer ahora?, ¿cómo voy a salir de esto? No puedo más, no sé donde aferrarme. Todo me pasa a mí. Es que nada me sale bien nunca, no sé como salir de todo esto, además de lo de mi padre, esto que me aportaba un poco de ilusión... Era una mentira y me lo he creído todo porque soy imbécil...”



        Tras narrar esta regresión a mi estado de enajenación mental transitoria, un 28 de enero, llorando como una niña abandonada -y no utilizo el término niña por casualidad-. Dije en voz alta a mi hermana y mi mejor amiga.

“¡Basta! No quiero, ni puedo por salud mental volver a pasar por esto. ¡Basta! Quiero ponerme bien, no sé que me pasa pero no estoy bien, quiero dejar de necesitar un novio para estar bien. Sé que lo pasaré mal porque ahora que mi padre no está necesito más una figura masculina a mi lado, un chico que me ilusione y me proponga hacer cosas... Pero basta, quiero estar bien sola. Sólo quiero eso. Estar bien sola. No quiero volver a sentirme feliz por algo tan ridículo como una llamada o un cine, quiero estar bien yo y no necesitar que eso pase para ser feliz de verdad. No sé como, pero lo haré. Nunca más quiero volver a caer en una historia así, ni estar así. No puedo más. Siempre es lo mismo. Estaré sola y me inseminaré artificialmente para tener hijos a la edad que quiera tenerlos, me da mucha pena que nadie me vaya a querer nunca pero ya lo he aprendido. Se acabó. Ninguno me quiere, quieren reírse de mí, que se rían de su madre. ¡Basta!”


        Después de aquello, a los pocos días, como un alma errante, entré en una librería y me acordé del libro “las mujeres que aman demasiado”... No podía dejar de leerlo, había momentos en que me enfadaba profundamente con el libro y lo cerraba, pero sólo lo hacía porque el libro tenía toda la razón. Era casi autobiográfico, a nadie le gusta mirarse a sí mismo, ese libro me obligó a mirarme y a verme y no me gustó nada lo que vi, pero no exagero cuando digo que me salvó la vida, porque yo decidí hacer un gran trabajo y esfuerzo personal y lo estoy haciendo.



       Encontré muchas respuestas a aquellas preguntas que me hacía entre una ruptura y la próxima relación -(o condenación, más bien)-. Pero hasta que no toqué fondo de verdad, no me di cuenta de que no era casualidad ni “haber tenido mala suerte” -como todo el mundo nos dice a las mujeres que somos adictas (o hemos sido, en mi caso) a amar así-, que yo repitiera perfiles de hombres, ni mis conductas con ellos. Todo tenía sentido y no era nada bonito verlo, ni fácil, pero era la única manera de ponerme bien y estaba dispuesta a todo lo que fuera necesario con tal de no volver a sentirme así jamás.

      Resulta irónico que del peor momento de mi vida surgiera lo mejor, la mejor decisión que he tomado nunca. La toma de conciencia de un grave problema que condicionaba todos los aspectos de mi vida y la voluntad de ponerle remedio a cualquier precio. Pese a que las circunstancias de mi entorno no eran en absoluto favorecedoras, dije basta y aunque sea de una vanidad muy fea decirlo, es algo de lo que no puedo sentirme más orgullosa.



Un 18 de febrero, un mes después del fin de mi historia con César y de comérmelo con patatas a él y a su amante morreándose como adolescentes cada día debajo de mi casa, me dejé caer en el sofá de mi gran psicoterapeuta Ascensión Belart. Sin la cual digo muy sinceramente que no sé qué habría sido de mí, pero nada bueno seguro. Sin ella nunca habría logrado nada en cuanto a mi recuperación ni a la toma de conciencia de mi problema de adicción a esa forma de “amar”. Sé que ella como es muy profesional me dirá que el trabajo ha sido mío, pero tan importante es la voluntad del paciente como la calidad y la profesionalidad de la ayuda que éste (es decir yo) recibe.





Me encanta poder compartir este proceso en el que estoy con mujeres que se encuentran en situaciones similares, en relaciones de inferior toxicidad, o peores situaciones que las que yo pasé. En relación a esto, a menudo, amigas, o conocidas, o seguidoras del blog me preguntan ¿a qué te refieres con “mujeres que aman demasiado”?, ¿qué es una pareja tóxica? Sin saber nada a nivel profesional, he escrito algo -muy atrevidamente- sobre ello, pero Robin Norwood, psicoterapeuta américana, creadora de este best seller que me ha hecho una gran compañía y me ha salvado la vida, define en el magistral prólogo de su libro qué es amar demasiado y cuando amamos demasiado. Aviso de que puede molestar ferozmente leer lo que viene a continuación porque la mayoría de mujeres lo tenemos integrado como normal y natural en nuestras vidas. Humildemente os digo que yo lloré muchísimo porque me reconocí en todo cuanto ella escribió. A las que estéis dispuestas a este proceso, no tengáis miedo, enfrentaos. Se puede superar, este problema. -Espero...


Prólogo de "las mujeres que aman demasiado" autora: Robin Norwood.





Cuando estar enamorada significa sufrir, estamos amando demasiado.

Cuando la mayoría de nuestras conversaciones con amigas íntimas son acerca de él, de sus problemas, sus ideas, sus sentimientos, y cuando casi todas nuestras frases comienzan con “él”...estamos amando demasiado.

Cuando disculpamos su mal humor, su mal carácter, su indiferencia o sus desaires como problemas debidos a una niñez infeliz y tratamos de convertirnos en su psicoterapeuta, estamos amando demasiado.

Cuando leemos un libro de autoayuda y subrayamos todos los pasajes que lo ayudarán a él, estamos amando demasiado.

Cuando no nos gustan muchas de sus conductas, valores y características básicas, pero las soportamos en la idea de que, si tan solo fuéramos lo suficientemente atractivas y cariñosas, él querría cambiar por nosotras, estamos amando demasiado.

Cuando nuestra relación perjudica nuestro bienestar emocional, e incluso, quizá, nuestra salud e integridad física, sin duda, estamos amando demasiado.

6 comentarios:

Esther García Palmero dijo...

Me has dejado sin palabras. Me ha gustado mucho lo que cuentas, es más, yo creo que casi todas las mujeres hemos tenido algún tipo de relación tóxica, y lo bueno que tiene, es que te estrellas y es cuando realmente puedes ver la realidad, pero depende de uno mismo. Un beso

Julieta decide vivir dijo...

Gracias Esther, es bien cierto que la mayoría de mujeres amamos demasiado al menos una vez. En mi caso dentro de la desgracia de perder a mi padre, nació lo positivo de darme cuenta de este grave problema de fondo. Me alegra que te haya gustado, no sabía que te metieras en mi blog. Un besote.

Anónimo dijo...

Bravo Julieta, sigue luchando y si alguna vez te vienes abajo piensa que si tú no te quieres nadie podrá quererte de verdad

Julieta decide vivir dijo...

Gracias anónimo, tienes mucha razón. Besos.

Carmen Bécares dijo...

El mal de amores es..... J-d-d-
Un besito nena rosada.je

Julieta decide vivir dijo...

Pero mucho, mucho. Gracias Carmen, un beso.

Publicar un comentario