domingo, 14 de abril de 2013

Domingo por la tarde

Los domingos, desde que cae la tarde hasta que me duermo, es mi momento preferido para añorarte. Es cuando más pienso en lo mucho que echo de menos el cobijo de tus abrazos y tus prólogos sobre cine clásico que más bien eran monólogos.
Añoro pasear de la mano o del brazo y los pensamientos que seguro tenían los viandantes sobre si seríamos felices o cuanto llevábamos juntos.
Echo mucho de menos la indefensión que sentía cuando me alzabas en volandas y viendo el mundo desde tan alto pensaba en el golpe contra el suelo que iba a darme.
También añoro dormirme en tu sofá, al calor de un radiador que me arroparas dormida y despertarme con tu mascota caminando sobre mí.
Echo de menos no dormir contigo, tus ronquidos y el olor de tus cigarros de madrugada.
Mi añoranza favorita era despertarme en el magnífico aprisionamiento de tu cuerpo al desnudo abrazándome.
Echo de menos el tópico vestir tu ropa por las mañanas. Añoro poder elegir entre magdalenas o tostadas. Tu sonrisa dormida de primero y tu boca de segundo tras segundo.
Añoro cuando nuestra pasión declaraba la guerra y nuestras bocas la llevaban a cabo contra el cuerpo del otro.
Añoro tener un cepillo de dientes que comparte baño con las cosas del fantasma de tu ex novia.
Añoro la forma en que me creí que "eras tú el príncipe azul que yo soñé..."
Añoro todo lo que nunca he tenido ni tuve y eso es imposible, así que no añoro nada supongo, pero qué ausencia tan bien creada.

Por todo esto, nunca me creo las cosas que me digo los domingos al atardecer, ni ninguna de las que me repito por las noches.

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